Me dio la espalda y se alejó con pasos lentos pero decididos. Parada allí vi como mis sueños se aventuraban en un espectacular salto al oscuro abismo de las frustraciones, y de repente, con las lágrimas pasmadas, me parecieron entonces tan ineptos aquellos que osan afirmar que el amor entre dos mujeres no existe. Sin embargo, Carolina había comprendido finalmente que el amor no es suficiente para mantener a dos personas unidas. Yo…empezaba a entenderlo.
Al verla desaparecer cuando daba vuelta en la esquina el estado de letargo me abandonó, fui consciente de lo que acababa de suceder y el miedo se apoderó del poco espacio que le dejaba el dolor. Sería estúpido negar que existe en el ser humano una tendencia a temer a la soledad, sin embargo, y sólo hasta ese momento lo comprendí, ese temor aumenta después de que se ha permanecido tanto tiempo junto a alguien, para ser más exactos, 1 año y 8 meses en este caso. Pero a este temor se le sumaba uno mucho mayor por el simple hecho de ser gay (aunque la palabra más adecuada sería lesbiana, pero por alguna extraña razón me parece discriminatoria): quizá nunca más volvería a encontrar a alguien que valiera la pena en un mundo en donde la promiscuidad es lo usual y el matrimonio, un sueño sin futuro.
Volví a mi casa tan pronto como pude y me abracé al dolor, porque el ser humano dice amar la felicidad cuando en realidad busca al dolor como amante. Amanecí con los ojos hinchados y un dolor de cabeza que sólo me recordaba lo sola que me sentía. Aún así, fui a la Universidad. En clase de siete de la mañana si acaso supe qué tema se trató, mientras el profesor hablaba, mi mano copiaba casi mecánicamente. Mi mente no estaba allí…estaba con ella, estaba en el recuerdo, en lo que fuimos. Recordé ese día en la playa frente a su casa…yo había recorrido 24 horas en flota para llegar hasta Cartagena sólo por verla, con 200.000 pesos en el bolsillo, pero llena de ilusiones; y, finalmente, la tenía frente a mí… la noche como testigo y el mar como cómplice para presenciar el beso perfecto. Cuatro meses tuve que soportar para volver a verla, cuatro meses que viví de sueño en sueño, de ilusión en ilusión. En enero llegó, ¡cómo la recuerdo!… era sin duda alguna hermosa. No obstante, desde que llegó se encargó de matar lentamente cada ilusión que el tiempo había forjado… ¡cómo duele ver morir los sueños! ¡cómo duele vivir a medias! Pero qué importaba ya, por encima de todo la recordaba hermosa, igual que en mis primeras ilusiones…como si mi yo interior protestara contra la realidad.
- Tatiana ¿en qué se diferencia el copyright del sistema que se usa en este país? - la mirada del profesor se dirigía burlonamente hacia mí, como si hubiese descubierto a alguien haciendo alguna tontería.
- Ehhh… no sé profe – atiné a decir en medio de mi desconcierto.
- Deje de pensar en bobadas y ponga atención a clase. La próxima vez se sale – dijo el profesor victorioso, y retomó el tema.
El almuerzo no fue mejor… era la hora en que ella me llamaba, estaba en hueco ¿qué estaría haciendo? Sentada sola en la cafetería con el celular en la mano me sentí de repente tan débil. “Antes de conocerla no la necesitabas ¿por qué habrás de necesitarla ahora?” me dije a mí misma, pero es increíble cómo uno puede enajenarse tanto de uno mismo hasta llegar casi a ser de la otra persona. Cuando las fuerzas me abandonaron y estaba presionando el botón para llamar, Valentina me arrebató el celular de las manos.
- ¡Ni se le ocurra hacer eso! – me dijo mientras se sentaba en la silla frente a mí.
La miré a los ojos con los ojos aguados y en mi más recóndito interior le agradecía infinitamente que me hubiera detenido.
- No seas boba Tatis, esa vieja te hizo mucho daño, ya no más – dijo casi a manera de reclamo.
- Es que me hace mucha falta Valen – fue lo que dije al borde del llanto.
- ¿La amas todavía? – preguntó clavándome su mirada. Me asustaba un poco cada vez que me miraba de ese modo.
- Sí, eso creo – respondí bajando la cabeza.
- ¿Cómo puedes seguir amando a una persona así? Te alejó de nosotros, de tus amigos, de tu familia y aún estando con ella no hacías más que pelear y llorar. Sólo mírate, has adelgazado mucho por esa enfermedad que te causó el estrés.
- Yo lo sé… es sólo que ella es mi vida.
- Ay Tatiana, deje la maricada, la vida es suya y de nadie más. Además, lo único constante en la vida son los cambios, este es uno más y se va a adaptar… dele tiempo.
Tiempo… tiempo… qué tortuoso se volvía de repente el pasar de las horas. Dicen que sólo el tiempo cura las heridas… yo lo único que curaba era el odio que alguna vez le tuve, pero el amor parecía ir en aumento. Me había entregado a recordar, curiosamente, sólo aquellos buenos momentos, como si los malos nunca me hubieren pertenecido, y es que lo interesante de recordar es el hecho de que siempre se llega a un punto en que ya no se logra diferenciar entre lo que en realidad ocurrió y lo que la misma imaginación se encargó de añadir o transformar
Los días que siguieron parecían no cooperar mucho con la causa. No volví a saber de Carolina, fue como si su vida se hubiera esfumado al darme la espalda, pero se hubiera olvidado de llevarse consigo esa historia que tanto me apuñalaba. Era tanto así que no me atrevía a ir a ciertos lugares en donde compartí con ella, desistí de escribir porque mis pensamientos se negaban a dejar de evocarla, guardé todas sus fotos y cartas en un cajón para no caer en la tentación de verlas, y opté finalmente por no volver a prender el radio porque todas las canciones me recordaban su momento en mi vida, como si el maldito aparato conociera perfectamente mi desesperada situación.
Empecé a extrañar cosas que a su lado no me parecían relevantes: esos chistes que sólo tenían significado para nosotras, las “buenas noches” y los “buenos días” que me decía al levantarme y al acostarme en mi cama… era el simple hecho de saber que alguien estaba siempre al tanto de lo que me sucedía lo que me hacía sentirme segura y tranquila. De repente ya no sólo no tenía a quién llamar para contarle lo que me ocurría día a día, sino que me encontré con algo totalmente inesperado: todo el tiempo lo tenía para mí y, lo peor de todo, no sabía en qué emplearlo, por lo que, obviamente, me quedaba más tiempo para notar su ausencia. La llegada de los fines de semana era una especie de vuelta a mi realidad, pues al menos entre semana estaba ocupada en la universidad. Sin embargo, a pesar del terror que me daba la soledad, no me daban ganas de salir, prefería quedarme en mi casa pensando en ella, unas veces imaginándola a mi lado, otras veces reflexionando acerca de lo que hicimos mal y en cómo podría remediarlo, incluso había veces en que planeaba paso a paso la forma de reconquistarla. Pero el peor de los sentimientos era cuando me invadía la culpa porque, a diferencia de los demás seres humanos que por facilidad culpan a otros, yo no podía culparla a ella… la amaba. Un día incluso me senté en un banco en medio de la calle a ver pasar a la gente y me hice una pregunta que ahora me parece absurda: ¿cómo podían vivir todas esas personas ignorando su existencia?
Más de una vez me invadieron las ganas de llamarla, unas veces con la intención de llevar a cabo mis planes de reconquista y otras sólo porque quería saber si estaba bien. Sin embargo, luego de previas y largas reflexiones con el teléfono en la mano desistía de mi misión justificando mi cobardía diciéndome a mí misma “no seas egoísta, ella también debe estar mal, si la llamas sólo le harás más daño”. MENTIRA, en el amor siempre hay que tener algo de egoísmo, si lo entregas todo sin pensar en ti ¿quién lo va a hacer? Hay que trazar una gruesa línea entre el amor y la dependencia.
Dos meses después acepté casi a la fuerza una invitación de mis amigos para ir un viernes a una discoteca gay. Era la primera vez que salía sin novia. Llegamos allá a las 11:00 p.m., a las 12:00 a.m. empezó la rumba en todo su furor y a las 12:30 a.m. ya quería huir de ese lugar. No se puede negar que la rumba gay es mejor que cualquier otra por el ambiente que se vive, la gente se ve más feliz (teniendo en cuenta que “gay” significa “feliz”), como si todos abandonaran su farsa cotidiana y vivieran la euforia de sentirse ellos mismos aunque sólo fuera por una noche. Pero las personas parecían no beber alcohol sino el elixir de la locura… unos se besaban con otros, otras con mujeres que acababan de conocer, algunos decidían dejar la rumba para irse a quien sabe que lugar en donde pudieran dejarse llevar por aquello que invade al ser humano cuando éste se olvida de la razón y los sentimientos: el instinto. Es cierto que no era la primera vez que presenciaba ese espectáculo, antes había ido varias veces con Carolina, pero es que cuando uno está enamorado, poco o nada importa lo que sucede alrededor… yo salía a rumbear con ella y con nadie más, la rumba era buena ¿qué más podía importar? No obstante, esa vez estaba sola y todo lo que sucedía a mi alrededor me incumbía de una u otra forma…esa era la vida de una niña gay, eso era lo que me esperaba, o más bien, lo que se había cansado de esperarme.
Mientras bailaba con mis amigos haciendo una especie de círculo se me acercó una niña bajita, de pelo castaño oscuro hasta los hombros y unos ojos cafés de mirada extraña. Me saludó como si me conociera de toda la vida y comenzó a preguntarme todo lo que se pregunta cuando se quiere conocer a otra persona: nombre, edad, qué hacía en mi vida… como si eso fuera suficiente para saber quién es uno. De ser así cada persona debería cargar con una especie de escarapela que indique todos esos datos para poder pasar a temas de mayor relevancia y ahorrarse tiempo innecesario. No estoy segura de cuánto tiempo pasó o qué acontecimientos llevaron a que Diana, como había dicho llamarse, alcanzara a atinar su boca abierta en la mía. Yo, sorprendida, sellé mis labios, por lo que su lengua húmeda apenas pudo pasarse por encima de ellos sin lograr su verdadero objetivo. Tan pronto como mis brazos atendieron la orden de apretarla por los hombros y alejarla, le dije “No”, me aparté y fui a sentarme en un sillón azul a un lado de la pista de baile. Confundida y aturdida (estoy segura que no era la única) no podía comprender qué era eso que me hacía sentir atracción por las mujeres y no por los hombres. Es cierto que siempre había visto a los hombres como seres instintivos cuyo único objetivo era tener sexo, por lo que su naturaleza era ser “perros”, como comúnmente se dice, hecho que me hacía desconfiar de ellos enormemente. Pero entonces me di cuenta que las mujeres no diferían mucho de ellos. Eso sólo podía significar una cosa: el ser gay no depende de los pros o contras que tengan los hombres o las mujeres, simplemente se es o no se es.
- ¡Nos vamos ya de aquí! – dije mientras tiraba del brazo a uno de mis amigos que continuaba bailando en la pista.
No había terminado de dar dos pasos con mi confundido amigo tras de mí, cuando vi a Carolina sentada en un sofá ubicado en un rincón del lugar. No fue el encontrármela lo que me sorprendió ya que debido a la escasez de lugares gays (que se reduce al contar los sitios decentes) en una ciudad como Bogotá, uno siempre termina dando con las mismas personas… lo que me sorprendió verdaderamente fue el descubrir que no estaba sola. Por lo que pude adivinar, Carolina no había notado mi presencia, el sitio era bastante grande y, además, estaba demasiado ocupada besándose con una niña. Mi amigo, al ver que yo paré inesperadamente en seco y, al percatarse de mi estado de estupefacción, miró hacia donde mis ojos se dirigían; al comprender lo que sucedía me cogió por los hombros y me arrastró fuera del lugar a tirones.
- ¿Estás bien? – me preguntó Ricardo. Esa es una de esas preguntas que sobran cuando se le dirige a una persona que no puede parar de llorar.
- ¿Te parece que estoy bien? – respondí llena de rabia - ¡Ya la habías visto y no me dijiste¡ ¿cierto?
- Sí – dijo evitando mirarme a los ojos, como sintiéndose culpable – pero no quería decirte porque sabía que te ibas a poner mal.
- ¿Desde hace cuanto sabes que está con otra niña? – le pregunté haciendo un esfuerzo sobrehumano por hacerme entender en medio del llanto.
Ricardo permaneció callado unos segundos que me parecieron eternos, como si mi mundo pendiera de ese momento. Al ver que no tenía otra salida más que responder, dijo:
- Tatis, no está con una niña, ha estado con muchas desde que terminaron. Las veces que me la he encontrado la he visto dándose besos con niñas diferentes.
Y, efectivamente, mi mundo se vino abajo. La persona que tanto amaba ya no me pertenecía, ya no era mía y, lo peor, no era de otra…era de muchas. Carolina se había dejado llevar por el mundo gay, había entrado a formar parte de esa interminable cadena de conexiones en donde basta con 5 o menos enlaces para conectar a dos niñas gays sin que necesariamente hayan tenido algo, formando así un enorme grupo en donde la saliva de una persona puede recorrer caminos realmente largos e inesperados. Este fenómeno se debe básicamente a que el mundo gay es muy reducido y, si se saca a los hombres, se reduce a menos de la mitad. Así, todas tienen relaciones sentimentales con todas, aunque sea de forma indirecta: tal se cuadro con esa, esa era la ex de otra y esa otra que odia a tal se cuadró con la mejor amiga de tal, quien a su vez era su ex.
- Olvídala Tatis, tú te mereces algo mejor – me dijo Ricardo abrazándome.
Entonces la mente se me aclaró. Ricardo tenía razón, tenía que olvidarla, comprender que nuestro tiempo ya había pasado porque esos 2 meses de soñarla e idealizarla sólo me habían traído sufrimiento…uno que no pensaba sobrellevar por más tiempo. Ya había tenido suficiente.
En los próximos días enfrenté mi realidad a la cara. Volví a los lugares en donde estuve con ella y la lloré, oí nuestras canciones y la lloré, leí sus cartas y la lloré, cogí su foto y la lloré. Lloré los días y las noches, lloré su ausencia, lloré el olvido y el olvido se olvidó de ella. Cinco meses se tardó el dolor en dejarme, cinco meses en los que mis lágrimas se evaporaron, cinco meses en los que ella siguió pasando de boca en boca (porque en el mundo gay todo se sabe).
Al sexto mes recibí una llamada mientras estudiaba.
- ¿Alo?
- Hola – dijo Carolina, no había duda, era su voz – no digas nada, necesito que vengas a mi casa ya, es urgente.
Sonaba alterada y hablaba con la voz entrecortada. Lo admito, tuve miedo de volver a verla pero, por otra parte, era el último paso que me faltaba para cerrar el ciclo con ella. Debía verla a los ojos y dejarme llevar por los sentimientos, quienes, a fin de cuentas, tienen la última palabra. Acepté ir a su casa.
Al llegar frente a la portería del edificio la llamé al celular y en 5 minutos ya estaba conmigo sentada en el andén frente a su casa. Carolina cogió mi mano y mantuvo la mirada baja… así se quedó algunos minutos, como pensando cuáles serían las palabras correctas. Yo me quedé en silencio, contemplándola. Ella levantó la vista con los ojos llorosos y los clavó en los míos. Ahí la tenía finalmente, mirándome como alguna vez lo había hecho en el pasado. Allí estaba ella… como la había soñado tantas veces, tan mía. Las lágrimas empezaron a caer, en sus ojos podía ver el sufrimiento, el arrepentimiento. La abracé y ella se aferró fuerte contra mí. Al separarse metió la mano en su mochila mientras yo la observaba con confusión. Extrajo 2 tiquetes de avión.
- Estos son dos pasajes para España… quiero que te cases conmigo – afirmó.
El corazón se me encogió…dejé correr las lágrimas, ya no había por qué seguir reteniéndolas… dejé morir sin más el último rastro de ella en mí. El ciclo terminó de cerrarse. Entonces me daba cuenta de lo mucho que me sirvió sufrirla, lo mucho que me ayudó llorarla… ya no le pertenecía, había vuelto a ser de mí misma. Ahora lo sentía por ella, lo sentía verdaderamente... Con la mano la cogí por la barbilla y la miré a los ojos con un cariño inmenso.
- Hermosa, no puedo aceptar eso. Yo no sólo tuve tiempo para olvidarte, también lo
tuve para sufrirte, y ya no queda nada.
- Pero es lo que siempre soñamos…
- Ese ya ha dejado de ser mi sueño – dije lo más suavemente que pude para herirla lo
menos posible
- Entonces... ¿ya no me amas? – preguntó con la voz entrecortada.
- No, hermosa, ya no te amo – dije casi alcanzando a sentir su dolor que seguramente
era mayor que el mío, pues al de ella se sumaba el peso del arrepentimiento.
Se quedó muda y el silencio le hizo comprender lo que su orgullo se negaba a oír: me había perdido, pues mientras ella me buscaba en otros rostros, yo me dediqué a olvidar el suyo. No había nada más que decir y mi presencia había dejado de tener algún sentido en ese lugar. La abracé liberada de todo odio, de todo mal sentimiento, de todo rencor, me levanté y caminé hacia la avenida sin volver. Esa vez fui yo quien dio la espalda.