miércoles, noviembre 21, 2007

Elecciones




VS

Desierto

Las fuerzas de brazos cruzados,
y el orgullo en su poltrona con aire despectivo y señorial.

Me deshidrato de besos carentes de exclusividad,
seca de piel ajena llora mi alma lágrimas desérticas.

Oasis de pertenencias consumadas juegan a seducirme,
hilachados manantiales de vidas entrelazadas refrescan mi anhelo.

Tormentas de arena violentan mi despertar,
y una sed de muerte se descubre en soledad.

De soles ardientes agoniza el viajero,
y el agua de vida le ofrece esta vez el descanso eterno.

domingo, noviembre 18, 2007

Juicio


Tendrá miedo, lo tendrá. Volverá atrás una y otra vez como lo hago yo cada noche... llorará como lloro yo la pérdida de mi independencia. Tratará vanamente de volver sobre sus pasos y entenderá que caminó sola. Su elección, no mía... su peso, no el mío.

Prioridades, creí que al tenerlas resueltas se aclararía el camino. Primera prioridad... not achieved... pasa a ser la última de repente.

Segunda prioridad... salir del país. No huyo, recreo mi soledad y la enfrento a los ojos. Nuevas personas, nuevo hogar, nuevas calles, nuevos planes, nuevas experiencias, nuevo amor... NUEVA VIDA.

Tercera prioridad... dejar hacer, dejar pasar. Otro golpe que no sorprende... duele bajo, como una punzada histérica, como la puñalada de odios asesinos. Hiere, se mantiene dentro... sostenida. Lloro, lloro, lloro, lloro.
Paso al banquillo caminando débilmente. Lo busqué yo, sí. Lo elegí yo, sí. Lo eché todo a perder, sí. Lo intenté, sí. Lo creí posible, sí. Me ilusioné, sí. Perdí, sí. CULPABLE. Sentencia a seguir: cadena perpetua a su desilución y silla eléctrica al tormento. Precio pagado. Caso cerrado.

Sin enamoramiento no hay ilusiones, sin ilusiones no hay motivos y sin motivos se emprende una nueva búsqueda. El tiempo pasó sin piedad, los golpes me entorpecieron y las lágrimas me curaron. El corazón se acostumbra a olvidar.

martes, noviembre 13, 2007

¿Do you speak english?

Fort Lauderdale, Florida. Hacía más de una hora habíamos tocado tierra estadounidense y nos encontrábamos en un modesto motel ubicado frente a la playa.

- No desempaquen todo porque sólo nos vamos a quedar dos días aquí. Saquen dos mudas y vuelvan a meter las maletas al carro – dijo mi papá.

El carro, un Honda verde oscuro, lo había rentado mi papá en el aeropuerto. No era lo suficientemente amplio para una familia de cinco personas, pero no estaba del todo mal, y aún olía a nuevo. La idea era recorrer todas las costas del estado de Florida en un mes y medio, sin una agenda precisa y sin reservaciones. Así eran los viajes con mis padres, y mis hermanos y yo ya nos habíamos acostumbrado. Lo único que tenía fecha exacta eran los tiquetes de avión que indicaban el día de regreso a Colombia: 25 de julio.

- Tengo hambre – dijo mi hermano al tiempo que salía del baño del cuarto que nos había sido asignado por el dueño del motel, un hombre de unos 40 años, un poco pasado de peso, calvo, pero de aire gentil.
- ¿A dónde quieren ir a comer? – preguntó mi mamá.
- Taco Bell – respondí entusiasmada desde una de las camas.
- Bueno, entonces vayan al carro – dijo mi papá mientras lanzaba por los aires las llaves del carro para que mi hermano las atrapara – Yo voy a preguntarle al dueño dónde queda.

Todos nos quedamos absortos. Mi mamá dejó de desempacar los utensilios del baño y se quedó mirándolo sin entender. El inglés de mi papá era precario, por no decir que nulo. Nunca tuvo la oportunidad de asistir a un colegio bilingüe como habría querido, razón por la cual no lo pensó dos veces para meternos a nosotros, sus hijos, en uno de ellos. De vez en cuando se animaba a ayudarnos cuando teníamos que estudiar vocabulary, pero las lecciones nunca terminaban bien. “¿Qué quiere decir Birth?”, preguntaba mi papá. “Nacimiento” respondía yo. “Mal. Vuelve a estudiar y te vuelvo a preguntar más tarde” sentenciaba él. “¿Entonces qué significa?” preguntaba yo desconcertada. “Pájaro” aseguraba triunfante mirando el cuaderno que sostenía en las manos sin dejar que yo lo viera. “Papá, eso es bird”. Entonces él fruncía el ceño, se cruzaba de brazos y daba por terminada la sesión de estudio.

- Mi amor, tú no sabes inglés – le dijo cariñosamente mi mamá – Tatis, ¿por qué no vas y preguntas tú?
- No. Imposible que no pueda. Díganme cómo se pregunta dónde queda Taco Bell – dijo mi papá mirándonos a mi hermano y a mí.

Lo contemplé un momento mientras trataba de pensar en la forma más sencilla de formular la pregunta para evitarle complicaciones. Su pantaloneta azul oscura siempre arriba de las rodillas, sus tenis blancos que no suelta y nunca le combinan con nada me causaron de repente cierta simpatía.

- Sir, where is Taco Bell? – dije muy despacio y pronunciando cada sílaba con detenimiento
- Sir, guer its Taco Bell? – imitó mi papá.
- Where is – repitió mi hermano.
- Where is
- Ajá – dije yo aprobando su pronunciación.
- Bueno, entonces nos vemos en el carro ahora – dijo mi papá, y salió del cuarto.

Todos nos dirigimos al carro. Mi hermanita, de dos años de edad, se echó a llorar porque mi mamá le había apagado el televisor. El calor era insoportable. Mi mamá tuvo que poner el aire acondicionado del carro a todo dar para que no nos deshidratáramos dentro. Mi hermana seguía llorando en los brazos de mi mamá.

- Sir, where is Taco Bell?

El dueño del motel, de movimientos lentos y ojos perdidos, levantó la vista del periódico que sostenía en las manos, miró a mi papá desde detrás de sus inmensos lentes y se mantuvo en silencio por unos segundos. Mi papá, temeroso de no haber sido entendido, volvió a decir:

- Sir, where is Taco Bell?

Dos mujeres que estaban charlando alrededor de una pequeña mesita situada en un rincón de la recepción se quedaron de repente en silencio y miraron a mi papá con extrañeza. El dueño del motel rió un poco y le explicó paso a paso qué indicaciones debía seguir para llegar a Taco Bell. Al terminar, el dueño del motel sonrió. Mi papá le devolvió la sonrisa, dio la espalda y se dirigió a la puerta sin decir más. Las dos mujeres lo siguieron con la mirada hasta verlo salir del lugar.

Mi papá se acercó al carro, abrió la puerta y entró por el lado del conductor. Todos nos quedamos esperando unos minutos a que hablara, pero no dijo nada.

- ¿Le preguntaste? – dijo finalmente mi mamá.
- Sí.
- ¿Te entendió?
- Supongo.
- ¿Y qué te dijo?
- No tengo idea – dijo mi papá encogiéndose de hombros.

Mi hermano y yo nos echamos a reír. Mi papá no dijo nada y se cruzó de brazos.

- Tatis, bájate tú y le preguntas – me pidió mi mamá.
- Está bien… - respondí a regañadientes y con un poco de risa mientras abría la puerta del carro.
- No – sentenció secamente mi papá. Se había puesto sus gafas imitación Ray Ban y se dispuso a arrancar sin más. Apenas tuve tiempo de cerrar la puerta. – Lo buscamos y ya.
- No quiere quedar como un imbécil con el dueño del motel – susurró a mi oído mi hermano. Los dos nos reímos en silencio.

Casi una hora después, estábamos comiendo en el Burger King situado al lado de nuestro motel. Mi papá no quiso comer, se limitó a sentarse y a mirarnos cruzado de brazos.

viernes, noviembre 09, 2007