miércoles, septiembre 26, 2007

Viernes


5:00 am. El maldito despertador anuncia el comienzo del suplicio. No recuerdo por qué vagos sueños viajaba mi mente minutos atrás. Me doy cuenta entonces de que llevo varios días sin poder recordar mis sueños, y me desconcierta no saber en qué momento se me escaparon de la conciencia. Temerosa ante la idea de haber condenado los sueños al oscuro subconsciente, decido por fin levantarme de la cama.

Un rápido baño, un pequeño desayuno y ya me encuentro en la calle. Mientras camino a esa transitada calle en la que debo coger el bus, recuerdo que hoy es el día del viaje, la partida definitiva…se me encoge el corazón y sonrío. Ya no hay tiempo para arrepentimientos, de eso ya hubo suficiente…

Llego a la calle 140 y la cruzo para pararme en la correcta acera a esperar el bus. Pasan diez minutos y a la vista aparece el primer Germania. Pasa de largo y alcanzo a ver que dentro van las personas como sardinas enlatadas. ¡Cómo odio empezar así el día! Aplico entonces la táctica para poder montarme en el siguiente bus: comienzo a caminar calle abajo con el objetivo de anticiparme a otros pasajeros que esperan pacientemente al mismo lado de la acera. Camino lentamente para no atraer mucho la atención de los próximos pasajeros de mi bus que me ven pasar de largo con miradas desconfiadas. Ya he avanzado unas cinco cuadras cuando decido mirar hacia atrás… ¡como un rebaño sumiso vienen tras de mí unos 10 pasajeros que ya había creído dejar en el camino! Yo, ahora su líder, empiezo a andar más deprisa y se da comienzo a una loca carrera que tendrá por premio un cupo en el próximo bus. Finalmente el bus hace su aparición y, para sorpresa de todos, hay cupo suficiente para mi rebaño completo y yo… ninguna oveja se queda en el camino en esta oportunidad. Claro, nos toca de pie… ¡no se podía ser más exigente! Para ganarse un asiento habría que caminar unas veinte cuadras más, pienso con ironía.

En la universidad las clases transcurren sin mayores percances. Escuchar y tomar notas… ¡cómo detesto la monotonía de los días! Pero hoy, lo sabía, sería diferente…

Pip pip, un mensaje en mi celular…Pa Mama Juana esta noche. No, no asistiría, hoy no es un viernes como los otros en donde se trata vanamente de esquivar las trivialidades de la vida con mucho trago y un poco de música… como si para entrar a un bar fuera esencial guardar las preocupaciones junto con la chaqueta y la cartera, para volver a recogerlas en la madrugada. Absurdo… ¡He aquí el concepto de diversión! No faltará tampoco el borracho que, sumido en su embriaguez, termine por confundirse y llevarse consigo también las preocupaciones de otro u otra.

11 a.m. La vecinita tiene antojo… No es necesario mirar la pantalla de mi celular para saber quién es. Las manos me tiemblan un poco al recordar la última conversación que terminó en un esto está muy deprimente, mejor hablamos después. ¿Por qué ese ringtone? ¡Esta es la mejor parte! El egocentrismo está muy lejos de ser la razón, por el contrario. Mi humor irónico no puede abandonarme, incluso si es usado en mi contra. Ese ringtone me recuerda los últimos meses a su lado… esos días en que no quiso tocarme, su deseo optó por el rechazo y, al parecer, fui yo la única que quedó con antojo…jajaja.

Feliz aniversario. Su voz tan distante y apagada como ese día que la perdí. Me demoré un poco en entender… ¡21 DE SEPTIEMBRE! ¿Cómo lo había olvidado? Hace 3 años exactamente mis desaforadas ganas de poseerla se fundieron en un beso enloquecido… el principio del final. ¡Y lo había olvidado! Tan ocupada estaba olvidándola que había olvidado incluso recordarla. Vamos a celebrar. Que poco tengo para celebrar y cuánto peso en el alma para huir. La única celebración a la que asistiré será a la de mi futura y próxima victoria… por ahora me niego a celebrar mi derrota. Pero no se lo dije. No puedo, me voy ya para Medellín, respondí. Pasan unos segundos sin que diga una sola palabra. Quizá ya entendió que el juego está por acabarse… Cuelga con un leve, cuídate mucho, un beso. No dice adiós. No, no lo ha entendido o, de haberlo hecho, tal vez prefiere evitarlo…

La carretera aparece ante mí como una invitación al presente… el pasado queda en cada kilómetro recorrido… atrás, relegado al plano de la inexistencia indolora. Cansada de reprocharle por recibir las cartas equivocadas, me he levantado y he dejado la mesa. Me he hartado de perder y esta vez no pienso irme con las manos vacías, como ya ha sucedido en ocasiones anteriores. La experiencia me ha hecho más sabia… renuncio no sólo al juego, sino a mi rol de jugador. Sólo queda un participante a su mesa, y éste se ha quedado sin competidor… el doble-juego ha terminado. ¡Pero qué va! Ciega a lo que sus ojos le muestran decide seguir lanzando cartas a mi sombra imaginaria, esa que su desaforado deseo le sigue mostrando allí sentada, postrada y sometida al destino. ¡Qué continúe el juego!

Ante mis ojos las tan anheladas puertas de la libertad: Medellín. Tocar tierra antioqueña me eriza la piel, dice mi mamá con un brillo especial en los ojos. Los recuerdos de una infancia agridulce le apabullan el alma, esas épocas lejanas que luchan por mantenerse vivas en su olvidadiza memoria. Llegar al lugar de origen, el punto donde nunca se será lo suficientemente viejo para morir en el olvido… las tierras del nunca jamás.

Adiós, digo para mis adentros y sonrío.

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