miércoles, septiembre 26, 2007

Sabado

Un sol centelleante se filtra por mi ventana. Así es como deberían empezar todos mis días. Respiro profundo y empiezo a disfrutar mi existencia. Abro los ojos lentamente y le doy la bienvenida a esta nueva etapa… ¡cómo había olvidado vivir sin ataduras! Tú habías forjado las tuyas aferrándote al sin sentido, a ilusiones construidas de sueños y no de realidades…Sonrío ampliamente, nada ni nadie me lo impide.

Tu primo y yo sólo nos reunimos en ocasiones especiales y que tú estés acá es una más que suficiente para vernos. Qué reconfortante volver a oír esas voces que traen recuerdos de infancia, de miradas inocentes… esos días en que, en efecto, todo era juego, y los sentimientos, una fase inexplorada. Prima esta noche nos vemos. Te llamo más tarde y cuadramos. La emoción me recorre la piel, me exalta el corazón. Tati, no te puedes ir sin que nos veamos. Yo saco un tiempito y salimos. Aún soy parte de esta ciudad, pienso. Y tú creyendo estúpidamente que tu vida era sólo ella…

Nos vamos para Sabaneta, tenemos un almuerzo con todos los Sierra, ¿quieres venir? ¡Claro que voy! Cuántas ganas tengo de encontrarme en otras voces, más en aquellas que me son familiares. No puedo ocultar tampoco la intriga que me da volver a verlo a él, cuando hace un mes que lo tuve enfrente puso mis nervios de punta.







La ciudad rosada, dice mi mamá mientras contempla la ciudad desde la cima de su infancia en un cerro en Sabaneta. Los techos de teja se extienden más allá de la vista. Allá, al fondo, diviso las comunas en la periferia de lo que mi mamá llama ciudad, esas mismas comunas de las que tanto he leído últimamente en libros como Sangre Ajena y La Virgen de los Sicarios… Me es difícil pensar que justo en aquél momento andan por esas calles empinadas niños de 8 o 10 años con un revólver en la petrina esperando la oportunidad perfecta para disparar… la ciudad roja, pienso con tristeza.



En Sabaneta visito con mi papá los caballos de mi primo. Aún tienen cosas en común…Ciento treinta y tres caballos, uno tras otro en hileras de pesebreras. Una sensación familiar me inunda y un escalofrío me recuerda la vida carente de problemas y sufrimiento. Esos días tempranos en donde las ilusiones se llenaban de emociones no involucradas con el corazón. Vino entonces a mi mente ese día en que mi papá me regaló mi primer caballo. El corazón me saltaba agitado en el pecho y mis ojos se negaban a creerlo. Como método de prueba me monté sin pensarlo dos veces y el caballo, contagiado con mi exaltación, salió a correr despavorido. Me caí una y mil veces, pero volvía a montarme… el dolor de mis raspadas manos y mis peladas rodillas había pasado a un segundo plano. Es tiempo de montar de nuevo tu vida después de tantas caídas, y dejar el dolor en el suelo junto a las desilusiones…




En el almuerzo familiar… risas, chistes y más risas. Él no había ido, pero ya no importaba. Los ojos de mis primos brillan al recordar juntos sus pilatunas de infancia, cuando se reunían todos en casa de su abuelo Papaernesto. Me callo la felicidad que me produce ver a mi papá riendo de sus años inocentes… guerra de huevos en las pesebreras que dejaron a los caballos pintados con muchos ojos, juegos con pólvora que abrieron una ventana a la casa de los patos, caídas peligrosas en los saltos sobre los bultos de heno… y las risas no cesan. Luego se despiden todos con un halo de felicidad en el corazón y complicidad en los ojos. En la infancia todos son hermanos y los recuerdos se encargan de no hacérselos olvidar cuando ya habitan la adultez de miradas extrañas y desconocidas. Ya todos han conocido el dolor y la experiencia les ha robado la capacidad de imaginar…

¡Prima! Qué bacano volver a verte, y con un fuerte abrazo me recibe. Hace muchos años no nos veíamos, pero descubro que yo también tengo recuerdos para compartir en familia. Debo tener la misma mirada centelleante que horas atrás había visto en mi papá, pienso intrigada. La novia de mi primo me trata como si me conociera de toda la vida. Ya debe estar al tanto de nuestras aventuras infantiles, me digo. A veces es suficiente con conocer al niño para saber qué hay detrás del adulto…

Un margarita sobre mi mesa y mis ojos sobre la cantante de extraordinaria voz. Ninguna canción parece quedarle grande, por el contrario, cada una es una nueva demostración de destreza. Sólo vine por ti, dice el hombre frente a mí. Me reflejo en sus grandes ojos negros y descubro su deseo. Más de siete años de conocernos y sigo observando año tras año esa peculiar forma de mirarme. Lanza un par de picos al aire, como invitándome a su boca… el permiso para avanzar. Pero mi única respuesta es una amplia sonrisa apenada. Mis deseos siguen concentrados en esa voz de fondo. La descubro entonces mirándome fijamente… le sostengo la mirada y tiemblo un poco. Trato vanamente de saber qué hay detrás de esos ojos estáticos y penetrantes, qué dolor se oculta tras su imagen imponente. Veo una mujer segura, decidida y convencida. No bajo la mirada. Finalmente, ella baja de la tarima y se sienta en una mesa frente a mí. Siento ganas de hablarle, es el momento perfecto para acercarme, pero no puedo… no tendría cómo explicarle a mi primo y al hombre frente a mí el motivo de mis actos. Sin embargo, ella continúa mirándome de vez en cuando y, al cruzarse las miradas, ella sonríe para sus adentros. Ya no hay duda.

Vámonos, sentencia mi primo. La idea de dejar el lugar no me gusta en absoluto, pero de nuevo, no tengo opción.

Llego a mi cama y sueño despierta con sus ojos. Volveré.

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