jueves, septiembre 20, 2007

Crónica de viaje. Jueves


El viaje del que presiento, nunca regresaré y, de hacerlo, será despojada de mis propias cavilaciones.

Hoy me he dedicado a empacar aquello que creo necesario para emprender la partida. Selecciono cuidadosamente la ropa que debo llevar, como aquél que escoge concienzudamente cuáles son los recuerdos que debe llevar y cuáles condenar al olvido. Una a una se van apilando sobre la cama las camisas predilectas, uno que otro jean y un par de chaquetas por si el frío me descubre meditabunda.

Perfectamente doblada guardo lentamente cada una de las prendas dentro de la inmensa maleta que mi mamá ha escogido para mí. El tamaño de la maleta me intimida un poco. Nunca he sido ese tipo de persona que para ocho días lleva consigo el clóset entero, como temiendo dejar algo atrás, olvidar el peso de ser alguien en una tierra de anonimatos. Esta vez, incluso, sucede lo contrario… debo dejar todo en esta ciudad que no deja de hablarme en las noches oscuras para recordarme lo que soy, lo que fui… y no se resigna a soltarme a la deriva de nuevas ilusiones.

La mitad de la maleta llena de mis pertenencias, mi materialidad inocultable… La otra mitad vacía de anhelos venideros, de sueños sonrientes, de caricias ausentes, de miradas inquisidoras y enfurecidas. Un sentimiento de nostalgia me inunda el alma y me impulsa a aferrarme ciegamente a mis certezas, a lo que ya fue construido. Pero una voz nítida me grita por detrás y me despierta de mi ensueño. Es hora de partir, llegó el momento de darle fin. Con fuerza y sin detenerme en vanas vacilaciones, cierro la cremallera de la maleta de un golpe.

La incertidumbre aparece ante mí como un gran monstruo dispuesto a devorarme viva, a carcomer cada resto de seguridad imaginada. Me atemoriza su imponencia, me aterra mi impotencia. Un suspiro entrecortado me deja sin aliento y trato vagamente de llenarme de razones para volver a encontrar un respiro de vida.

Condénala al pasado, a los recuerdos que no pueden volver con puñal en mano sino con una sonrisa de satisfacción. No seré yo quien le devele en mudos sueños la elocuencia del mundo. Eso sólo se haya en las profundidades de la propia interioridad que a veces esquiva nuestros absurdos interrogantes… ¡y mientras tanto el presente se nos escapa de las manos como alma endemoniada!

Mañana saldré por esa puerta y andaré carretera arriba sin siquiera voltear. Llegó la hora de montarle la perseguidora a mi presente. Y aparece entonces la promesa del viaje, la ruta del viajero que camina para olvidar sus pasos: No te detengas, la carrera no será muy larga…

2 comentarios:

Tierra dijo...

Si guardas en esa maleta cada uno de esos recuerdos, te serviran a no caer en lo mismo en un futuro pqña. Son esos recuedos los que nos hacen cada vez mas grandes. Pero si a veces hace falta un buen viaje... Besos

Mar dijo...

Excelente relato.
Siempre sucede. Al hacer una maleta, una parte de nosotros se aferra a lo conocido, a no cerrar el broche, mientras que otra se entusiasma al saber que no conoce lo que vendrá.

Gracias por pasar por mi blog. Aquí me tendrás de vuelta.