
mil para salir corriendo.
Presiento la culpa,
huelo el hedor del propio desprecio,
miro lo poco que he dejado,
lo mucho que he perdido,
lo insano de continuar existiendo.
El mundo me arrincona,
degusto mi desgracia,
desgasto el último halo de resistencia,
decido mi autodestrucción.
Probar el polvo,
comer los restos de la suprema bajeza,
y llorar hasta caer de rodillas.
Desplaza la inmundicia al orgullo,
el dolor a la dignidad...
y al final,
se materializa la aterradora soledad.
Una de dos,
me mata,
o gano la estúpida carrera contra el tiempo,
y lo hago yo misma.